Si vos pensás en Godzilla, seguro lo primero que se te viene a la cabeza es ese monstruito gigante arrasando ciudades en blanco y negro, gritando con su rugido inconfundible y tirando rayos nucleares por la boca. Pero en 1978, Hanna-Barbera agarró al rey de los monstruos y lo mandó derecho a los sábados por la mañana, en formato animado y con un giro más… familiar.
La premisa era simple y bien de la época: un grupo de científicos recorriendo los océanos en su barco, enfrentándose a criaturas raras y amenazas prehistóricas. Y cuando todo se ponía feo, sacaban su carta secreta: llamar a Godzilla, que salía del mar como un coloso y ponía orden a puro rayo y pisotón. Eso sí, acá no era el destructor imparable de las pelis japonesas: era más bien un héroe protector, pensado para no traumar tanto a los pibes que lo veían en el desayuno.
El estilo de animación era el clásico de Hanna-Barbera: fondos sencillos, mucho reciclaje de cuadros y movimientos un poco robóticos, pero con ese encanto que hoy se siente recontra retro. Y claro, como toda caricatura setentera, metieron un alivio cómico: Godzooky, el sobrino medio torpe del rey, que parecía salido de la misma lógica que Scrappy-Doo. Un bicho chiquito, gracioso y medio metepatas que contrastaba con el titán imponente.
“La idea era hacer a Godzilla accesible para los chicos, sin perder su aura de grandeza”La serie duró dos temporadas y se metió en la memoria de toda una generación. Hoy capaz no es la versión más épica del kaiju, pero sí una de las más queridas por su mezcla de aventuras, humor inocente y ese toque kitsch setentero que la hace única.
- Joseph Barbera, entrevista en Los Angeles Times, 1978
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