En plena fiebre por los westerns, “Kung Fu” apareció como un bicho raro… y se quedó. En 1972, la TV estaba llena de pistoleros y sheriff rudos, pero de golpe llega un monje shaolin descalzo que prefería hablar antes que golpear. Y, ojo, cuando golpeaba… era puro arte. David Carradine encarnaba a Kwai Chang Caine con esa mezcla de mirada perdida y filosofía que te dejaba pensando después de cada episodio.
Lo loco es que en una época donde la acción era a puro plomo, esta serie te metía silencios largos, paisajes eternos y flashbacks a templos chinos. Y eso enganchaba. La historia fluía como un río lento, pero cuando venía la pelea… se sentía más intensa que una balacera. Esa pausa, esa calma previa al golpe, era parte del show.
En el set, Carradine se convertía en Caine de verdad: hablaba poco, se movía despacio y hasta improvisaba posturas de combate que no estaban en el guion. Más de un extra se llevó un golpe real por no calcular la distancia. Las escenas de pelea se grababan a ritmo lento para que cada movimiento se entendiera, y eso le daba un toque casi hipnótico.
“No peleaba por pelear… solo cuando no quedaba otra”El casting también tuvo sus historias raras. Varias estrellas invitadas, que después serían famosas, pasaron por “Kung Fu” buscando su primera oportunidad. Actores como Harrison Ford, William Shatner y Jodie Foster aparecieron en algún capítulo, dejando su marca antes de pegar el salto a Hollywood.
- David Carradine, entrevista en TV Guide, 1974
“Las peleas tenían que ser como un poema, no una masacre”Pero no todo era zen en la producción: filmar en exteriores del desierto implicaba calor insoportable, arena en la ropa y hasta serpientes metiéndose en el set. Aun así, todos coincidían en que valía la pena por la imagen final. Los amaneceres y atardeceres reales que se ven en la serie no son filtros ni decorados: eran producto de esperar horas para capturar la luz perfecta.
- Jerry Thorpe, productor ejecutivo
“Caine no buscaba ganar… buscaba entender”Después del final de *Kung Fu* en 1975, David Carradine siguió con una carrera llena de giros. Participó en cine independiente, protagonizó películas de artes marciales y hasta se metió en el cine de acción de bajo presupuesto en los 80. En los 90 volvió a ponerse el traje (o mejor dicho, el kimono) en *Kung Fu: The Legend Continues*, una secuela que lo llevó a otra generación. Y cuando parecía que su etapa marcial quedaba atrás, Quentin Tarantino lo rescató para darle uno de sus papeles más icónicos: Bill, en la saga *Kill Bill*. Ahí, Carradine cerró un círculo, llevando su legado de sabiduría y violencia controlada al cine moderno. Hasta su último día, fue sinónimo de calma antes de la tormenta.
- Crítico anónimo, Los Ángeles Times, 1975
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